miércoles, agosto 29, 2007

RAÍCES REMOTAS DE MALES ACTUALES

Nadie duda hoy de que el país experimenta sentimientos confusos de malestar y desasosiego. En política, hay una Concertación "desconcertada" y una Alianza de derecha incapaz, hasta ahora al menos, de aprovechar las debilidades de su adversario. Hay sectores sociales que protestan por todo, casi siempre con razón, y hay una clase empresarial alta con bolsillos muy llenos, que se “preocupa” de todo esto, porque no le garantiza un futuro tan bueno o mejor que el actual. Convive, además, con una clase empresarial media y baja a la que aplasta cada vez que quiere y puede. El sistema político no está cómodo, porque excluye a sectores significativos de toda representación, gracias a un sistema electoral que causa esta distorsión y que añade rigidez al entramado, haciendo inviables los desplazamientos políticos que pudieran necesitarse para seguir adelante. La economía avanza en lo macroeconómico en forma apreciable, aunque no espectacular, mientras en la microeconomía no se logran los mejores efectos que serían de desear, sobre todo en esta coyuntura en que hay recursos financieros y reservas relativamente abundantes. ¿Qué sucede? ¿Por qué todo esto?

Reflexionando sobre este cuadro, dibujado a pinceladas gruesas solamente, parece necesario, para ser breve, poner sobre el tapete tres circunstancias remotas que pesan, muchas veces inconscientemente, en el estado de ánimo actual. Ellas son la ilegitimidad de origen del sistema económico, la de la Constitución y las masivas violaciones a los derechos humanos. Cada uno de estos tres factores siguen estando presentes en la actualidad.

La Concertación tuvo claro esto al comenzar a gobernar. En lo económico, planteó desarrollar el país mediante un “crecimiento con equidad”. En lo político, postuló caminar hacia reformas constitucionales más sustanciales que las realizadas y aprobadas en el plebiscito del 30 de junio de 1989. Y en derechos humanos planteó, como vía hacia la reconciliación, verdad y justicia, con reparaciones incluidas, todo “en la medida de lo posible”. En los tres puntos se sentía el “peso de la noche” que había impuesto por la fuerza de las armas la dictadura de Pinochet y que obligaba a avanzar con suma cautela para no volver atrás.

Sin embargo, en estos tres casos, lo hecho, siendo considerable, ha resultado insuficiente.

En lo económico, el crecimiento no ha cejado, aunque haya caminado menos aceleradamente que en algunos momentos de los gobiernos de Patricio Aylwin y de Eduardo Frei R-T. Pero la equidad ha progresado demasiado a cuentagotas para la sensación cotidiana del ciudadano medio. Se esperaba más por el grueso del país y hoy, ante la bonanza económico-financiera, se espera todavía más.

En lo político, se dio un buen salto adelante en el año 2005. Hasta la firma de Pinochet dejó de figurar en el nuevo texto constitucional. Se eliminaron famosos enclaves autoritarios. Sin embargo, no se superó la valla del sistema electoral, dejando para después un punto neurálgico para que el sistema político mejorara en representatividad y en flexibilidad. Aquí quedó una asignatura pendiente de gran calado.

En derechos humanos, los informes Rettig y Valech abrieron rutas para avanzar en verdad y reparaciones, pero la justicia, en manos de un poder del estado que había abdicado de sus deberes más elementales durante la dictadura, resultó demasiado lenta y vacilante, a pesar de algunas sentencias condenatorias importantes y valiosas.

Pienso que una discusión seria sobre estos tres puntos podría servir de base para intentar una construcción más sólida de la realidad futura del país. Reitero que este planteamiento no agota, ni mucho menos, todo lo que hay por delante. Pero, tal vez, al acertar en aspectos muy centrales, permita, como debe hacerse siempre en toda sociedad humana, abrir el juego y mostrar de nuevo los horizontes hacia donde la inmensa mayoría quiere caminar, como paso ineludible para dar con las soluciones reclamadas.

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martes, agosto 21, 2007

RECORDANDO A BERNARDO LEIGHTON, UN GRANDE DE LA POLÍTICA CHILENA

Ayer leí en un homenaje a Bernardo Leighton la siguiente intervención:

LA PRESENCIA DE BERNARDO LEIGHTON EN EL PDC CHILENO

En la historia de la humanidad los discursos de los grandes dirigentes suelen contribuir a tejer la delicada tela con la cual se construyen las identidades de los mismos y de las sociedades en las que ellos están insertos. Jesús, por ejemplo, con su Sermón de la Montaña, generó de golpe la identidad del Cristianismo. Hizo mucho, pero mucho más –lo sabemos- para ese mismo fin, pero ese discurso quedó como uno de los principales que él dijo. Gandhi confesó que en ese mensaje estaba toda su noviolencia. Abraham Lincoln dejó una huella indeleble de su personalidad y de su gran visión sobre la democracia en su Oración de Gettysburg y legó un instrumento precioso para configurar el alma americana y la propia democracia en el mundo. Martín Luther King, cuando le contó a la multitud reunida en Washington sus sueños, movilizó energías dormidas que cambiaron muchas cosas en la gran nación del Norte y en el planeta entero. En Chile, -¡cómo no recordarlo!- Frei hizo lo propio con su discurso de la Patria Joven en 1964. Otros líderes también hicieron aportes similares. Hoy quiero, en este acto tan significativo, referirme a una notable intervención de Bernardo Leighton, que no debe ser olvidada.

El 29 de Julio de 1984, en que se celebraba el aniversario del Partido Demócrata Cristiano, él leyó en el Teatro Caupolicán un breve discurso para agradecer un homenaje que se le rendía. Con palabras sencillas, cautivó a todos los que ahí estábamos. Hoy quiero recordarlas, porque ellas le dicen a Chile mucho de lo que la Democracia Cristiana es y significa. Constituyen, además, una muy oportuna interpelación en este preciso momento. Por eso, sin hacer nada sistemático, vamos a recorrer sus palabras y vamos a dejar que fluyan solas algunas lecciones para el momento actual.

Leighton comenzó así sus palabras:

“Querido presidente Gabriel Valdés, queridas amigas y amigos:

“Agradezco conmovido el homenaje público que me rinde mi partido y, en nombre también de Anita, lo acepto. Acepto este homenaje por un motivo muy distinto de la vanidad personal que pudiera pensarse por algunos.

“Esta ocasión me permite volver a dirigirme a miles de compatriotas para traerles un mensaje de fe en los valores democráticos y de esperanza de que su lucha será recompensada.”

Este comienzo sitúa con claridad lo que Leighton aprecia positivamente. Poder dirigirse a miles de compatriotas es la esencia de un político y él ha estado callado por mucho tiempo dentro de Chile y siente que esta es una oportunidad para transmitir un mensaje de fe y esperanza en un país viviendo bajo una larga dictadura.

Pero, podemos preguntarnos, fe y esperanza ¿en qué?

Él lo dice claramente. ¡Fe en los valores democráticos! ¡Esperanza de que su lucha, la lucha de miles de compatriotas, “será recompensada”!

Desde estas primeras palabras podemos observar que Leighton es el de siempre. Es el dirigente estudiantil de 22 años que participa en la toma de la casa central de la Universidad de Chile para que termine la dictadura de Ibáñez. Es quien le dice poco después en Coquimbo, a los marineros amotinados de la escuadra, en una larga discusión con ellos, que deben desistir del empleo de la violencia para luchar por una causa justa, como es la de ellos, y que deben escoger otros métodos para hacerse escuchar. Es quien concurre a la Moneda, -¡y habla desde uno de sus balcones!-, para solidarizar con el Presidente Montero que está pronto a abandonar la Moneda, derrocado por un golpe militar. Es quien respalda unos años más tarde al Presidente Aguirre Cerda ante un intento de golpe que se llamó el “ariostazo”. Es el que porfiadamente quiere ir a la Moneda el 11 de septiembre de 1973 a respaldar al Presidente Allende ante los golpistas, y que no concurre porque se lo impiden sus camaradas y las circunstancias mismas. Es el que dos días después condena el golpe y que, algunos meses más tarde, denuncia la dictadura en Italia y en Europa al costo de ser exiliado forzadamente por varios años y sufrir un terrible atentado contra él y la señora Anita.

Aquí, en el teatro Caupolicán, ante varios miles de demócratas cristianos que lo escuchamos esa vez con viva emoción, Bernardo nos transmite fe en los valores democráticos y esperanza de que la lucha a favor de ellos no será en vano. ¡Es el de siempre, vivo y presente con solo repasar sus palabras y su mensaje!

Pero continúa hablando:

“Toda mi vida luché por ampliar y fortalecer la democracia de mi patria. Alguien podría pensar: ¡Entonces Leighton fracasó!”

La mención hecha de sus actitudes en defensa de los valores democráticos ya nos han demostrado lo que él afirma. Toda su vida, en efecto, ha luchado por “ampliar y fortalecer” la democracia chilena. Sin embargo, puesto que habla en plena dictadura, su fracaso pareciera ser la conclusión lógica que alguien podría hacerse. Después de todo, van en ese momento 11 años de dictadura, el período más largo que ha conocido la historia de Chile. ¡Y todos sabemos que todavía faltaban varios años más antes de que terminara!

En esa atmósfera, Leighton sale al paso a esa objeción con una argumentación impecable. Dice:

“Pues no, mis amigos. Porque si esta mañana estamos aquí es gracias a la fuerza. ¡A la fuerza de ese pasado democrático que se abre paso a pesar de todo lo que se ha hecho por negarlo y cancelarlo!”

Es importante subrayar aquí este párrafo, porque encierra la esencia misma de la vía no-violenta activa que Leighton siempre practicó y enseñó con su ejemplo: la presencia de miles de compatriotas en el Caupolicán, realizada bajo régimen de dictadura, es un acto de fuerza, de desafío, de resistencia cívica, pero no es un acto de violencia. Es de fuerza, de desafío, de resistencia cívica, por el solo hecho de reunirse, pero lo es también porque representa un pasado democrático “que se abre paso”, o sea, una realidad que presiona, avanza y camina hacia una verdadera resurrección.

Leighton pasa entonces a mostrar la herramienta con la que luchó siempre, su partido, compuesto de sus queridos camaradas. Así continúa hablando:

“Mi lucha no fue la un hombre solo. Milité en un partido que nació pequeño y que terminó siendo la expresión mayoritaria del país: el Partido Demócrata Cristiano. Formo parte de su grupo fundador.”

Este punto es muy importante. Leighton cree íntimamente que actuando solo nunca habría tenido la repercusión que tuvo su acción. Por eso militó toda su vida en el mismo movimiento político, donde él practicaba la amistad cívica y la entrega personal como pocos lo han hecho en la historia chilena. Era verdaderamente fraterno. Era hermanable. ¡Era el hermano Bernardo!

La lección que puede sacarse de este ejemplo que él nos dio podría formularse así: un partido es siempre una comunidad de acción que se sostiene por su capacidad para vivir y anticipar en su interior el mundo que quiere construir. En el caso de su opción por la DC, Leighton la vivió como comunidad de acción atravesada por la fraternidad y el espíritu solidario. Para él, o era eso, o se convertía en una montonera destinada a luchar caóticamente por el poder en la forma más implacable. ¡Qué actual es este mensaje!

Y alude enseguida al momento inicial y a sus principales actores. Dice:

“Conservo unas fotografías tomadas en 1935, el día de su fundación. Ahí se pueden ver los rostros jóvenes, apenas salidos de la adolescencia, de Manuel Garretón, de Ignacio Palma, de Radomiro Tomic, de Eduardo Frei. También estaban con nosotros don Horacio Walker, don Rafael Luis Gumucio y su hijo, Rafael Agustín.”

“Recuerdo ese día como si fuera hoy. Nos animaba el deseo de organizarnos para ser más eficaces. Más eficaces en la lucha porque Chile se sacudiera viejos moldes y creciera. Creciera en lo económico, pero sobre todo en lo político, en lo social y en lo cultural.”

Los jóvenes que fundaron esta fuerza política querían organizar un instrumento eficaz para poder luchar para que “Chile se sacudiera viejos moldes y creciera.” Era todo un programa: ¡sacudir a Chile de viejos moldes y crecer!

Los viejos moldes eran conocidos. Se trataba de instituciones añejas que frenaban el desarrollo. Chile era pobre, porque había dependido de una estructura agraria colonial, de casi un solo producto minero, el salitre, sustituido después por el cobre, y de muy pocas y débiles industrias urbanas. Había que remover estos “viejos moldes” para crecer. Y aquí Leighton dice algo esencial. Dice que querían, -¡nuestros padres fundadores!-, que el país “creciera en lo económico, pero sobre todo en lo político, en lo social y en lo cultural”. O sea, ya en ese momento, ellos pedían un desarrollo que no consistiera en puro crecimiento económico, sino también, y “sobre todo”, en crecimiento “en lo político, en lo social y en lo cultural” ¡Ellos querían, ya entonces, desarrollo integral, como lo estamos pidiendo hoy, y no aceptaban el liberalismo capitalista, que, al igual que el neoliberalismo, postulaba y practicaba un economicismo arrogante que pretendía resolverlo todo con el solo crecimiento de los bienes materiales, despreciando dimensiones políticas, sociales y culturales esenciales para no crear ese mundo “unidimensional” que denunciara Marcuse con toda razón!

Añade después una reflexión más amplia sobre la fe democrática. Dice:

“Creíamos que la gran tradición republicana del siglo diecinueve había sido justamente la capacidad demostrada entonces, por quienes dirigieron el país, de establecer formas democráticas de gobierno en una época en que América Latina no conocía sino caudillos, dictadores e interminables guerras fratricidas.”

Leighton y sus camaradas de la primera hora valoran lo construido en el ámbito político en el siglo XIX. Pero también eran conscientes de lo mucho que siempre quedaba por hacer. Por eso agrega:

“Pero no bastaba con sentirnos orgullosos de la tradición. Para ser fieles a ella era necesario ensanchar y profundizar el edificio democrático.”

Aquí también hay una decisión programática. La democracia no es una idea estática, que se construye una sola vez y no vuelve a moverse más. No. Ella es siempre una idea dinámica, que admite una permanente ampliación (o ensanchamiento, como él dice) y un constante perfeccionamiento (o profundización, como él también la llama). La democracia es, entonces, un gran edificio que requiere permanente mantención y cuidado, para que nunca caiga en desuso y pueda desplomarse.

Y continúa con estas afirmaciones decisivas:

“Para eso nacieron la Falange primero y el Partido Demócrata Cristiano después. Para eso hicimos gobierno con Eduardo Frei a la cabeza. Para eso estamos hoy aquí, en medio de todas las dificultades, dando testimonio ante la nación entera.”

Aquí aparece el sentido profundo del surgimiento de estos instrumentos, la Falange Nacional primero y el PDC después. Ellos fueron construidos para hacer cambios profundos en nuestro país, dentro de un marco democrático en permanente perfeccionamiento. Este fue el programa de la “revolución en libertad”. Y sigue siendo el derrotero profundo de la DC, ahora en un marco democrático que de nuevo requiere reformas importantes -para no quedar a mitad de camino-, y de un cambio del modelo económico neoliberal, por uno de desarrollo integral para una sociedad solidaria en el mundo globalizado en que estamos.

Nos vamos acercando al final de este discurso memorable de Bernardo Leighton. En efecto, él remata su breve, pero sustantiva reflexión, volviendo a recordar el día de la fundación, en un 12 de octubre de 1935, de esta fuerza política. Recuerda entonces las palabras de dos oradores insignes de aquel día: las de don Rafael Luis Gumucio y las de Radomiro Tomic. Dice:

“El día que fundamos la Falange hablaron don Rafael Luis Gumucio y Radomiro Tomic. Don Rafael Luis, que ya estaba delicado de salud, se sintió mal durante el discurso y dijo: ´¡Que importa que un corazón viejo y enfermo deje de latir, si hay miles de corazones jóvenes que seguirán latiendo!´ Radomiro cerró sus palabras diciendo ´¡Patria nuestra, patria nuestra, con tu nombre en el pecho se ha puesto de pie una juventud!´”

Aparte de lo emocionantes que son por sí mismas estas palabras, surgen algunas reflexiones que merecen hacerse en torno a ellas, a partir del elemento común que tienen de referirse y subrayar ambas el elemento Juventud. En efecto, don Rafael Luis Gumucio, desde la perspectiva del hombre mayor que ya es, irradia esperanza, porque ve “miles de corazones jóvenes que seguirán latiendo”; y Radomiro Tomic, por su parte, proclama, con su vehemencia característica, que “se ha puesto de pie una juventud”. Don Rafael Luis nos comunica un mensaje que no debe ser olvidado: mientras haya jóvenes con corazones latiendo por los valores que hemos proclamado, hay futuro, hay esperanzas, hay porvenir. Tomic se dirige a la Patria, a Chile, y le avisa que una juventud “se ha puesto de pie”, esto es, ha iniciado una marcha, ha decidido movilizarse. Otra vez hay un mensaje claro: Tú, Chile, tienes en el horizonte un futuro mejor, porque aquí hay una juventud que te va a servir y sacar adelante. Finalmente, ambos oradores nos interpelan desde entonces a asumir una tarea, o mejor dicho, un compromiso. En efecto, ambos ofrecen al país un mensaje de esperanza basada en la decisión de una juventud de iniciar su marcha para servirlo y no para servirse de él.

Todo esto nos conduce a las brevísimas, pero emocionantes palabras finales:

“Dije antes que recuerdo ese día como si fuera hoy. Me equivoqué: ¡Ese día es hoy!”

Creo que el gran desafío que tenemos en la actualidad se resume en estas palabras. O somos capaces de hacer de este tiempo actual un momento refundador de la DC, o esta fuerza decaerá hasta desaparecer paulatinamente. Hay por delante, dentro de muy poco, un Congreso. Es una primera oportunidad para refrescar la memoria y ratificar los compromisos correspondientes. Pero este mensaje trasciende ese gran evento, porque se refiere a un proceso profundo y vasto que debemos empujar entre todos. Es hoy, es siempre, el día de la fundación de esta fuerza política.

Demos gracias, una vez más, a Bernardo Leighton, por regalarnos esta hora de recogimiento, inspiración y propósito para la acción en los tiempos por venir. Y volvamos, una y otra vez, a trabajar en la dirección que él nos señaló. Tendremos a nuestro lado su presencia viva, como la estamos experimentando en este momento.

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