domingo, julio 15, 2007

VIGENCIA DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA EN EL NUEVO ESCENARIO CHILENO Y MUNDIAL

Con este título, el jueves 12 de julio recién pasado, hice, en la sala Bernardo Leighton del PDC en Santiago (Alameda 1460), la siguiente exposición:

Introducción

Debo referirme en esta ocasión a dos puntos centrales para la DC chilena: el primero se refiere a la vigencia de su doctrina política; el segundo, alude a los desafíos planteados por el nuevo escenario chileno y mundial. La respuesta a estas interrogantes obliga a plantear un tercer punto, referido a la posibilidad de una segunda oportunidad histórica para la DC, a la que todavía está, en el mejor de los casos, concursando.

I.- VIGENCIA DE LA DOCTRINA POLÍTICA DEL PDC

¿Está vigente la doctrina política de la DC o ella carece de sentido en la actualidad?

La pregunta es siempre válida y necesaria y, de hecho, cada generación legítimamente se la vuelve a plantear. Después de todo, es el punto de partida básico y primero para dar el paso siguiente, de comprometerse con sus premisas, o buscar otros caminos.

Subrayemos también que hablamos de doctrina política, o sea, de un cuerpo de principios generales, válidos en toda circunstancia, destinado a ser aplicado en el campo de la política, o sea, en ese pedregoso terreno del poder, donde se juega la marcha del Estado en un país determinado, en este caso el de esa patria que llamamos Chile.

La respuesta a la pregunta sobre la vigencia de la doctrina política de la DC constituye, en principio, una buena noticia, pues ella confirma su plena validez. Aquí se encuentra, a mi juicio, una fortaleza de la DC chilena: su actuar está presidido, en el nivel más elevado, por una doctrina, no por una ideología que establece fines coyunturales, ni por un simple programa para un período limitado de tiempo.

Aunque el ejemplo doctrinario más claro sea el de la dignidad y centralidad de la persona humana, frente al cual nadie duda de que se trata de un postulado de validez permanente, tampoco tenemos duda de que esta dimensión “personalista” va siempre acompañada por una dimensión “comunitaria”, dentro de la cual esa misma persona se realiza como tal. Como la persona es todo y parte a la vez, o sea un ser único e irrepetible, por un lado, pero siempre integrante de entidades sociales mayores, como la familia, la vecindad, etc., esas dos dimensiones constituyen hechos fácilmente comprobables, frente a los cuales es relativamente sencillo formular algunas premisas generales y permanentes que sean incorporados a un cuerpo de doctrina política. Igualmente, afirmamos sin vacilar que democracia, libertad, justicia social y solidaridad son valores permanentes y que el Estado, en cuanto gerente del bien común, debe tomar las medidas necesarias para su existencia y mejor desarrollo. Igualmente, la propiedad es importante y hay un derecho a ella; pero no es ilimitado, pues tiene siempre una dimensión social, dimensión que Juan Pablo II llegó a llamar “hipoteca social”. La familia es el núcleo principal de la sociedad y a su protección y desarrollo hay que dedicarle los mayores esfuerzos. La justicia social que enfrenta y supera las desigualdades, discriminaciones y exclusiones de toda índole es otro principio central. Todas estas afirmaciones son doctrinarias y nunca serán modificadas en su esencia profunda. Constituyen la orientación básica del accionar político, la carta de navegación como también se dice hoy. Lo que evolucionará constantemente, en cambio, serán las formas de aplicar políticas públicas para caminar en la dirección fijada por la doctrina y esto por la sencilla razón de que el entorno histórico es siempre cambiante.

La vigencia, entonces, de la doctrina política de la DC, es indiscutida y no requiere, en esta ocasión un análisis más detallado. Pienso que todos comprendemos esto y lo aceptamos. No necesita, al menos ahora, más debate.

II.- LA DC Y LOS DESAFÍOS DEL NUEVO ESCENARIO NACIONAL Y MUNDIAL.

Aterrizando ahora al mundo real en que se juega lo afirmado por la doctrina política, nos encontramos con dos escenarios principales, que comprenden, a su vez, escenarios menores que, en esta ocasión, omitiremos.

Chile es el primer escenario dentro del cual se desarrolla la DC, pero, en tiempos de globalización acelerada, el acontecer mundial influye inevitablemente y cada vez más en su quehacer diario, configurando el segundo escenario.

Veamos de inmediato a la DC en ambos escenarios.

La DC en Chile

La DC chilena surge en un marco histórico específico, como parte de un vasto proceso de cambios acaecidos en el país a partir de 1920 y, en particular, al interior del catolicismo chileno a partir de 1925 con la separación de la Iglesia y el Estado.

Este hecho precipitó circunstancias que le abrieron espacio y camino a las ideas socialcristianas.

Su historia es demasiado conocida para repasarla esta vez, de manera que tampoco nos detendremos en este aspecto. En ella hay luces y sombras, altos y bajos, derrotas y victorias, hechos para estar orgullosos y otros para no estarlo. La tarea autocrítica es delicada, por lo controversial que puede llegar a ser, pero es necesaria y hasta sana si se hace con espíritu elevado. En cualquier caso, para tranquilidad de todos, no será hecha aquí.

Sólo quiero dejar constancia de que tenemos muchas asignaturas pendientes si miramos con ojos lúcidos y compasivos el país que hemos contribuido a desarrollar. Vivimos en una sociedad que ha hecho avances, muchos de ellos con participación nuestra. Pero observamos también vacíos que no podemos ignorar. Yo resumiría lo principal en la distancia existente entre ricos y pobres, que no se ha movido un milímetro en las casi dos décadas que llevamos gobernando.

La DC en el mundo

La DC, como expresión política europea y latinoamericana, surge de hechos gruesos que se desarrollan en el siglo XIX y que maduran a lo largo de todo el siglo XX. Dichos hechos giran fundamentalmente en torno a los problemas sociales creados por la forma liberal-capitalista de organizar la sociedad industrial emergente ya desde mediados del siglo XVII.

Estos problemas sociales, manifestados genéricamente en explotación, con injusticias de toda índole, estimularon la crítica y la búsqueda de respuestas alternativas para organizar una sociedad industrial con más justicia social. Sobresalieron, a la larga, las respuestas socialistas y socialcristianas.

Es en este punto donde corresponde subrayar una observación crucial, un dato fundamental: la realidad de fondo a organizar con justicia social era la misma para todas las corrientes políticas, económicas y sociales. Era la sociedad industrial. ¿Por qué es este un “dato fundamental”? Porque hoy esa realidad ha cambiado de raíz, hasta el punto de marcar un cambio de era similar al acaecido cuando la era agraria comenzó a perder su hegemonía a partir de la revolución industrial, sólo que ahora a mayor velocidad todavía. Aunque en Chile estemos algunos pasos más atrás que muchos países más desarrollados, también en nuestro suelo se ha acelerado el tranco. Este fenómeno está obligando a todas las fuerzas políticas a plantear nuevas soluciones para la nueva realidad que se viene. Estamos en medio de transiciones. Por esto –y no por otra cosa- las soluciones del pasado no sirven ahora y mucho menos mañana.

Lo esencial de estos años radica en que vivimos varias transiciones en diversos aspectos de la vida actual. Voy a mencionar solamente cuatro de entre ellas, perceptibles en Chile, que convergen y generan inseguridades espirituales, poniendo en evidencia la profundidad del cambio:

PRIMERA: hay una lenta, reacia, pero inevitable decadencia del patriarcado. Es un cambio cultural profundo en el que la Presidenta Bachelet y la Presidenta del PDC, Soledad Alvear, son apenas la “punta del iceberg”. Marca una transición histórica en las relaciones de género.

SEGUNDA: hay una sistemática disminución de las reservas de combustibles fósiles. Se comienza a acabar la fuente energética básica de la sociedad industrial. Se anuncian, cuando no están ya en marcha, complejas y gigantescas readaptaciones tecnológicas y de hábitos de vida cotidiana. Es una transición que comienza a ocupar nuestra mente cada vez más.

TERCERA: hay un cambio profundo en la mentalidad, los conceptos y los valores que forman parte de la visión de la realidad que dominó hasta mediados del siglo XX. El racionalismo ha encontrado sus límites. Nuevos paradigmas se abren camino en todos los aspectos principales de la vida humana. Es, en suma, una transición al nivel del pensamiento, que es, como sabemos, la antesala de toda acción.

CUARTA: estamos pasando aceleradamente de la sociedad industrial a la del conocimiento y la información, generando cambios aún no visualizados por nadie plenamente. A cada momento surgen nuevos desarrollos. El ritmo de los avances tecnológicos es vertiginoso. Esta transición abarca todas las demás.

Estos cambios son similares, aunque lejos más profundos todavía, al cambio que se produjo en el mundo cuando fue evidente que la tierra no era plana, sino redonda. Todo cambió en ese momento, incluyendo muchas metáforas religiosas. (Por ejemplo: el cielo estaba arriba y el infierno abajo. En un planeta redondo y no plano, eso ya no pudo decirse más como metáfora válida.)

La DC jugó su primera oportunidad histórica en el marco de la sociedad industrial y en el creado por estas transiciones que he mencionado. Hoy tiene que prepararse para dar nuevas respuestas en el nuevo escenario. Esto nos lleva a la pregunta de la tercera parte de esta intervención.

III.- ¿TIENE LA DC UNA SEGUNDA POSIBILIDAD HISTÓRICA?

La pregunta no tiene respuesta fácil. Para comenzar, podemos responderla afirmativamente basados en un acto de fe, como se hace numerosas veces cuando se profesa una religión. Pero el PDC no es un iglesia, sino un conglomerado de ciudadanos dispuestos a servir a su país en la mejor forma posible, dentro de cauces que define en un permanente proceso de toma de decisiones. Como agrupación humana que es, a veces acierta y a veces se equivoca; tropieza y hasta se cae, y vuelve a levantarse. No es inmune a nada. Está expuesta a lo bueno y a lo malo. Por eso no debemos ser ni autocomplacientes, ni autoflagelantes. Sólo se nos pide ser lúcidos, honestos y equilibrados en el análisis de nuestro proceder y no barrer la basura debajo de la alfombra, ni tampoco ocultar o minimizar lo positivo, como quien coloca la lámpara debajo de la cama para iluminar la pieza.

Dicho esto, podemos mirar el conjunto y decir, sin temor a equivocarnos, que el PDC ha hecho grandes aportes a Chile. En el proceso de preparación del V Congreso se realizó un esfuerzo notable por “escuchar a Chile”. Se realizaron decenas de actos en todo el país, hasta superar largo el centenar, y ahí se apreció siempre un reconocimiento a lo aportado. Pero también se escuchó fuerte un clamor a favor de la rectificación de muchas cosas, para que el PDC siguiera siendo un actor central de la política nacional. Retengamos siempre estos dos puntos: hemos hecho un aporte valioso, pero, para continuar prestando un servicio a la altura de los tiempos, tenemos que hacer rectificaciones, que debemos precisar y colocarlas entre las tareas fundamentales de nuestro futuro inmediato y en el de mediano y largo plazo. No podemos dejar de estar presentes hoy, en el día a día, pero estamos obligados a tener, simultáneamente, una mirada de mayor alcance. Es en este marco en el que se plantea la pregunta de esta última parte de esta intervención. ¿Tiene la DC una segunda oportunidad histórica? Con ella pienso en un período parecido al vivido hasta ahora, en que atravesando buenos y malos tiempos, la DC ha jugado un rol central capaz de orientar la marcha del país, sea desde el gobierno o de la oposición. En efecto, ella ha estado inmersa en el acontecer nacional. Pero hoy la sociedad chilena no es la de 1964 a 1970; menos aún la del corto período de Allende; ni siquiera la del más largo período de Pinochet. Los 17 años de gobiernos de la Concertación ya tuvieron que actuar sobre un país distinto y, a su vez, durante este período transformaron mucho de la realidad que existía al comenzar. Una vez más tenemos puesta la vista hacia delante.

Es cierto: la última palabra la tendrá siempre el pueblo soberano expresándose en las urnas y en todos los canales existentes o por crearse en el seno de la sociedad chilena. Pero la responsabilidad de concebir una propuesta, diseñar programas y persuadir y obtener los apoyos indispensables, radicará en una medida decisiva en la conducción partidaria y en el esfuerzo de todos los dirigentes y militantes.

En suma: el Chile de hoy es otro y es a partir de ahí desde donde debemos volver a despegar.

Esto tiene enormes consecuencias políticas, pues el PDC debe, en cierta forma, anticipar dentro de sí algo de lo que va a ser la sociedad que desea crear. Esto es fundamental. ¡Nadie le creerá a la DC que quiere una sociedad fraterna si no practica visiblemente la fraternidad en su interior!

Veo cuatro capítulos que no pueden faltar en un programa de la DC chilena de cara al siglo XXI:

1.- Esfera ética o moral: Chile vivió, en un período de 16 años y medio de dictadura, una experiencia prácticamente inédita, que dejó lecciones variadas. En el terreno ético o moral pienso en la centralidad alcanzada, como tarea nacional, por los derechos de la persona humana. Siendo la dignidad “sagrada” de la misma, desde su concepción hasta su muerte natural, un punto que está en el corazón mismo del pensamiento humanista cristiano, el deber está claro. Luchar permanentemente por el respeto y desarrollo de los derechos humanos, como forma concreta de asegurar que cada persona alcance su pleno desarrollo, que incluye esa dignidad, es la primera prioridad.

2.- Aspecto socio-económico: la DC chilena debiera ser capaz de formular un programa para construir una economía solidaria de mercado. Ese debiera ser el camino para terminar con la separación y la distancia entre sectores sociales muy desiguales en sus oportunidades, aplicando un sentido de justicia social afinado en un mundo que enmascara la realidad por todos los medios imaginables. Economía de mercado sí, pero simultáneamente solidaria y justa, para enfrentar y superar el individualismo brutal que hoy se ha infiltrado por todos los resquicios de nuestra realidad cotidiana y descubrir, denunciar y erradicar las injusticias existentes.

3.- Aspecto político: necesitamos una democracia de creciente calidad. Esto obliga a plantear una reforma del Estado que lo modernice, lo haga menos burocrático y más eficaz. Se requiere menos grasa y más músculo para velar por el bien común y, en particular, por el buen funcionamiento del pilar solidario y de justicia social de la economía, garantizando y promoviendo el desarrollo integral en nuestra tierra.

4.- Aspecto internacional: la gran asignatura pendiente en este terreno es la integración latinoamericana. Ella es hoy imprescindible para formar parte de un grupo que en el mundo sea “alguien” y no “algo” en el mundo actual. Este es el camino para que todos podamos insertarnos con identidad en el mundo global. De lo contrario, seguiremos caminando bastante a remolque de fuerzas que no controlamos.

Concluyendo

Si somos fieles a lo permanente, a la doctrina y a lo mejor de nuestra historia, y somos capaces de dar las respuestas ideológicas y políticas que se necesitan para hacer de Chile, en este nuevo contexto, una comunidad de hombres libres, una patria para todos, una sociedad fraterna, justa y solidaria, la DC tendrá una segunda oportunidad histórica para ser el principal instrumento de estas metas.

Si planteamos como ideal perseguir un desarrollo INTEGRAL para crear un modelo SOLIDARIO de sociedad y hacemos de nuestro Humanismo Cristiano una herramienta que sea, simultáneamente, social, concreta y noviolenta, la DC tendrá asegurado el apoyo ciudadano y el éxito en su empeño. El Humanismo cristiano no se hace con palabras, sino con acciones concretas. Es de nuevo el esfuerzo por poner el sábado al servicio de la persona y no al revés.

La tarea que hay por delante es hermosa y puede llenar de sentido la vida de todos nosotros, pero, muy en especial, la de los más jóvenes. El PDC puede ser de nuevo la vanguardia y la solución para los desafíos que enfrentará Chile en este siglo todavía joven.

El gran poeta venezolano Andrés Eloy Blanco, en su “Canto a los Hijos” escribió estos versos:

“Es el alba. Los niños despertarán, amigos.

¿quién besará sin manchas la frente de la aurora?

¿quién mirará de frente los ojos de los niños?”

¡Aquí está el desafío! Estamos, otra vez, a punto de llegar al alba, a la luz del día que despierta a los niños, a los que vendrán después de nosotros. ¿Les cumpliremos? ¿Podremos besar sin manchas su frente, “la frente de la aurora”, del futuro, del porvenir? ¿Podremos mirarlos a los ojos sin temblar y sin bajar la vista? ¡Este es el desafío! ¡estamos llamados a responderlo positivamente! ¡Es lo que Chile espera de la DC!

Debemos llegar a ser el partido del humanismo integral, del desarrollo integral, de la sociedad solidaria, de la fraternidad real. O somos esto, o no seremos lo que soñaron nuestros padres fundadores. Y entonces no podremos, como ellos sí lo pudieron hacer, “besar sin manchas la frente de la aurora”, ni “mirar de frente los ojos de los niños”.

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