martes, mayo 12, 2009

LA PARTIDA DE CLAUDIO HUEPE

Cuando un amigo nos deja en esta vida, como acaba de suceder con Claudio Huepe, algo de lo que es nuestra mayor riqueza en esta vida parece perderse para siempre. Un amigo es lo más próximo a la familia propia. Su partida duele casi  como si se muriese un miembro de ella.

 

Conocí a Claudio desde muy joven y siempre nos consideramos amigos muy cercanos. Esto se acentuó cuando él debió partir al exilio durante la dictadura. Había cometido a lo menos dos “pecados”: firmar la declaración encabezada por Bernardo Leighton y otros 12 demócrata cristianos condenando “categóricamente” el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, y desafiar a Manuel Contreras en un restaurante donde todos se pusieron de pie y cantaron la canción nacional cuando este temido oficial entró, menos Claudio Huepe, que permaneció sentado. Un rato después de un cruce fuerte de palabras entre ambos, fue sacado de ahí a la fuerza y llevado a prisión. Un par de meses después, lo expulsaron del país con la “delicadeza” conocida.  

 

En el extranjero nos vimos varias veces durante los años que estuvo viviendo en Londres, casi siempre para dialogar sobre lo que ocurría en Chile y sobre lo que podíamos hacer para contribuir al retorno a la democracia. Fue él quien me ayudó a encontrar un camino para financiar mi trabajo junto a Bernardo Leighton, que concluyó con la publicación del libro que escribí sobre él y que salió publicado bajo el título de “Hermano Bernardo”.

 

Su segunda residencia durante el exilio fue Caracas, lo que lo ligó de por vida a Venezuela. Llegó a ser embajador de Chile en ese país. Ahora acaba de morir allí.

 

Lo echaremos de menos, porque el “crespo”, como le decíamos, era un hombre positivo que buscaba con pasión un país mejor. No obstante, creo (como lo he dicho otras veces cuando la muerte de seres cercanos, como mi hija Marcela o mi hermano Gustavo, nos ha golpeado, abarcando nuestro entorno familiar y nuestros amigos) que la muerte, como final definitivo de una persona, no existe. Muere sólo lo perecible, que es el cuerpo físico. Permanece, en cambio, y para siempre, una realidad intangible, pero concreta, que nunca perecerá. Nuestro pobre lenguaje le da muchos nombres, como espíritu o alma, por ejemplo, pero que nunca logrará reflejar plenamente y con precisión el milagro y el misterio que se esconde detrás.  

 

Claudio seguirá vivo entre nosotros, enriqueciendo a los que seguimos viviendo en esta dimensión de espacio y tiempo en la que nos movemos en la actualidad. Su ejemplo de valentía y consecuencia en la política nos seguirá interpelando e iluminando. Esta presencia misteriosa y sutil, pero a la vez real y luminosa, nos probará con el tiempo de que Claudio vive y que ello es así por la inmortalidad de las dimensiones espirituales existentes en su vida, como en la vida de todas las personas.

        

Etiquetas: