El primero está, me parece, en la vasta formación intelectual que construyó Valdés a lo largo de su vida. Obtenida no sólo a base de libros, que leyó en abundancia, la enriqueció permanentemente a través de una asimilación hábil e inteligente de toda su experiencia vivida en Chile y fuera de sus fronteras y que lo convirtieron desde muy joven en un auténtico hombre de mundo. Puedo dar fe de esto, pues cuando trabajé junto a él en la Cancillería, en el gobierno de don Eduardo Frei Montalva, y viajé con él muchas veces, fui testigo presencial de cómo alimentaba su visión de las cosas con las experiencias e ideas que iba conociendo en sus contactos con personas y personajes del más alto nivel intelectual y político. Todo lo útil a su visión y a sus sueños lo absorbía y lo integraba, incluso con verdadero deleite.
El segundo elemento se encuentra en cómo se aproximaba a la política. Llegaba a ella de un modo no frecuente en Chile, pues lo hacía a través de un enfoque cultural, artístico, o, más ampliamente aún, integral. En sus análisis tomaba en cuenta todos los factores en juego. Nada importante era dejado de lado. Rechazaba así, visceralmente, las visiones unicausales o unidimensionales de los fenómenos sociales y políticos. Contextualizaba, además, con gran sentido histórico, lo que estudiaba y proponía como cursos de acción. Por eso las charlas con él eran entretenidísimas y sus puntos de vista a veces desconcertaban a los desprevenidos. Nunca dejé de aprender cosas nuevas en mis conversaciones con él.
El tercer elemento a resaltar -y tal vez el más trascendente-fue la gran libertad espiritual con que enfrentó siempre los problemas de la vida pública y desde la que habló sin consultar magisterios de ninguna especie. Desde el uso del lenguaje, en que cuidaba su estética, hasta las conclusiones finales a que llegaba, estaban marcadas por esta actitud. Recuerdo sus primeros meses en el Ministerio de Relaciones. Había llegado con grandes sueños, pero, como no daba nada por definido a priori, se hizo asesorar por todos los que llevaban años trabajando allí y llegó muy pronto a la conclusión personal de que la primera prioridad y el mayor tiempo se lo dedicaría a los problemas fronterizos. Así lo hizo, llegando a conocerlos a fondo y a dedicarles un tiempo considerable. Pese a ello, se las arregló siempre para no dejar de lado sus sueños, que tuvieron como eje central la integración latinoamericana y que coincidían en este punto totalmente con los del Presidente Frei Montalva.
Finalmente -y sin agotar el tema, ni mucho menos- estaba su personalidad toda, desbordante como pocas. Enérgico, apasionado, franco, a veces de mal genio, pero, a la vez, cálido, simpático, con un sentido del humor que fascinaba a sus interlocutores, toda su personalidad irradiaba seguridad, prestancia, autoridad, solidez. Amaba la vida y la disfrutaba. Compartía su felicidad con quienquiera que estuviese cerca de él. Contagiaba sus emociones.
Ya habrá, espero, ocasiones para profundizar en la vida de este hombre excepcional. Por ahora baste decir que a la tristeza por su partida hay que añadir la alegría por el privilegio de haberlo conocido, haber cultivado una relación de sincera amistad y confianza a toda prueba y, también, haber sido por un tiempo no breve un estrecho colaborador suyo.
Gabriel Valdés descansa ahora en paz, con la serenidad de una misión cumplida con creces. Sus enseñanzas, esperamos y confiamos, seguirán iluminando caminos en Chile y el mundo.
<< Home