domingo, septiembre 18, 2005

LA INDEPENDENCIA DE CHILE Parece como obligado reflexionar hoy sobre la independencia de Chile. Y tal vez siempre valga la pena hacerlo, aunque sea de manera algo fugaz. La independencia es una palabra que en su momento significó solamente la liberación del dominio colonial español más directo. La creación de una nueva institucionalidad se convirtió en la tarea inmediata. Como era natural, siendo los criollos descendientes de españoles en su mayoría, lo que se hizo muchas veces reprodujo, buena o malamente, lo que ya existía. El caso que mejor conozco, porque en un momento de mi vida lo estudié intensamente, es el de las relaciones del Estado con la Iglesia Católica. Después de la crisis implicada en las guerras por la independencia, en que la jerarquía de la época apoyó a los españoles contra los criollos, se recompuso el esquema central. El nuevo Estado, ya independiente de España, recuperó el patronato (o sea, su intervención decisiva en el nombramiento de los obispos) y la jerarquía, con nuevas caras, volvió a ocupar el lugar de antes. Recién en 1925 se acabó ese esquema. En suma, esta palabra, “independencia”, tiene un potencial permanente. En cierta forma, hay que estar independizándose permanentemente de las ataduras coloniales, o como se las quiera llamar, porque éstas se reproducen de maneras más sutiles, pero no menos reales, con el paso del tiempo. En los años 60 y 70 del siglo XX surgió en el campo de las ciencias sociales la “teoría de la dependencia”, que mostraba de modo convincente cómo parte del desarrollo de las naciones más poderosas de la tierra se hacía a costa de las naciones más débiles, atadas como estaban, por mil hilos, a cumplir forzada o voluntariamente esta tarea de dependencia. Esto se mantiene hasta hoy y con la globalización se hace cada vez más sutil y complejo. Por eso, el tema de la independencia es actual y no meramente pretérito. Debiéramos volverlo a pensar a fondo.