domingo, octubre 02, 2005

LEYENDO A UN CLÁSICO: EMMANUEL MOUNIER Recuerdo perfectamente una charla de don Eduardo Frei Montalva a los estudiantes de la entonces Universidad de Chile de Valparaíso, dada en 1958, en que nos aconsejó: “Lean los clásicos, pues sobre ellos han pasado los siglos y no han muerto. Los han pasado por todos los cedazos y ahí siguen de pie. Por algo será.” El recuerdo me viene a la cabeza al estar leyendo, otra vez, a Emmanuel Mounier y sus obras sobre el personalismo, de la que él fue en Francia uno de los más notables exponentes. Se han cumplido 100 años de su nacimiento y voy a participar en un evento que hará el Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, ICHEH, destinado a repasar su pensamiento. Hay páginas escritas por este filósofo político francés que parecen hechas para hoy. Escogeré, para compartir con los lectores de este sitio, algunas pocas referidas a su visión del régimen capitalista, tomadas de su obra “Revolución personalista y comunitaria” publicada en 1935. Aunque el mundo haya evolucionado y ya no sea el mismo 70 años después, hay rasgos principales que subsisten y Mounier los describe y juzga con gran penetración: “El siglo XIX es la historia de las conquistas de la riqueza. En su arranque, se forja su instrumento técnico: la gran industria, y su instrumento político: una revolución no popular, sino burguesa. La riqueza lo invade, con sus valores, de clase en clase.” (p. 155 del Tomo I de sus Obras Completas. De aquí serán todas las citas que vienen.) “Una nueva juventud ha nacido, un poco endurecida, un poco simplificada quizás en sus gestos todavía inadaptados; pero ha visto la miseria, y la miseria ha transformado su vida.” (p. 154) “La prosperidad permite el juego el juego y enmascara la injusticia. La miseria estrecha al hombre contra sus problemas esenciales y descubre por largos estratos los pecados de un régimen. La experiencia o la proximidad de la miseria: he ahí nuestro bautismo de fuego. El cuerpo enteramente herido del proletariado, como un Cristo en cruz, los fariseos alrededor, y la alegría de los mercaderes, y los apóstoles que han huido, y nuestra indiferencia como la noche abandonada sobre el Calvario. Nosotros mismos, que intentamos remontar la pendiente, llevando encima nuestra miseria: estar todavía protegidos y consentir en estarlo; así cada campanario, para la humildad de cada iglesia, yergue hacia el cielo el gallo de la negación.” (p. 154) “Hemos descubierto el juego y los resortes profundos, más profundos que una crisis económica, de lo que hemos llamado, para no injuriar al orden, el desorden establecido. En las instituciones y en los hombres que nos rodean, en nosotros mismos, no cesaremos de denunciarlo y de perseguirlo.” (p. 156) “Hemos tenido que tomar nota de que ese desorden compromete, en provecho propio y a menudo con la complicidad de los valores espirituales que son nuestra vida, estos mismos valores. Toda decisión arranca de un desgarramiento. Éste fue el nuestro. No sólo algunos hombres sirven simultánea y abiertamente a Dios y a Mammón: es posible precaverse un peligro descarado. Pero las mismas palabras que parecen puras ocultan la mentira y la duplicidad a fuerza de vivir entre los hombres dobles. Nosotros romperemos con esos hombres, nosotros haremos trizas esas palabras, y trabajaremos en purificar esos valores a los que sus enemigos mismos, en el malentendido actual, son más de una vez profundamente fieles.” (p. 156-157) Lo trascrito es sólo una muestra. Podría abundar en más citas tomadas de los escritos de Emmanuel Mounier, pero aquí se trata de dejar abierta la posibilidad de presentar mejor a este pensador francés próximamente, aprovechando lo que va a hacerse con motivo de haberse cumplido el primer centenario de su nacimiento.
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