martes, octubre 25, 2005

EL TEMA CONSTITUCIONAL CHILENO (II)
Confieso que el surgimiento de este tema en una discusión de sobremesa, como conté antes, me ha llevado a reflexionar sobre muchos asuntos relacionados. En la práctica, para poder entender la etapa en la que nos encontramos y que la nueva Constitución (¡o la antigua reformada!) de algún modo refleja, siento que es necesario recorrer la historia vivida por esta sociedad chilena concreta, con todas sus luces y sus sombras, además de peculiaridades que le dan identidad y la diferencian de todas las demás. También es necesario definir algunos conceptos, como los de democracia y dictadura, para saber mejor lo que estamos diciendo cuando empleamos esas palabras.
Lo planteado se ha convertido para mí en una necesidad de discutir sobre estos puntos, también a raíz de dos artículos recibidos y que no conocía. Uno es de Felipe Portales ("Inexistencia de la democracia") y otro es de Gonzalo Martner ("Una nueva Constitución"). Me he permitido publicarlos en blog separado, pero anexo a este sitio (http://oboyearchivos.blogspot.com), a fin de facilitar la consulta rápida de los mismos. Considero que ambos merecen ser leídos y sometidos después a una consideración detenida. Como son diferentes en contenido y extensión, aunque haya coincidencias, como es casi obvio, los iré analizando poco a poco por separado.
Comenzaré con el artículo de Felipe Portales. Tiene un título que yo llamaría "de miedo": "Inexistencia de la democracia". En efecto, con esa afirmación tan categórica el lector no puede sino esperar que su autor le demuestre que en Chile no hay democracia y que, probablemente, lo que existe es otra dictadura. Debo partir diciendo que el lector quedará defraudado, porque, a lo menos eso, no es probado en el artículo; y aunque Portales carga las tintas sobre las "sombras" de la Concertación, muchas de ellas reales por desgracia, aparecen también por ahí algunos destellos de "luces", desapareciendo toda huella de argumentos que puedan probar que no hay democracia en Chile desde que asumió Aylwin en 1990. De los dos grandes capítulos de su trabajo, referidos al modelo económico y al manejo del tema de los derechos humanos, el lector puede coincidir "mucho, poquito o nada", según sea su visión de las cosas en Chile, pero no podrá probar la inexistencia de la democracia en su suelo. Puede concluir, también, que hay muchas fallas, grandes debilidades, graves vacíos, conductas impropias, inconsecuencias, pero no podrá demostrar que nada es democrático en lo que hemos vivivido durante los gobiernos de la Concertación.
Y aquí llegamos a un primer punto clave: el concepto de democracia aplicado. Aunque Portales no lo trata a fondo, parte con afirmaciones a mi juicio formales, abstractas y unilaterales, que después, aplicadas rígidamente a la realidad histórica, darían como resultado que no habría democracia en Chile. Discrepo bastante de esta forma de enfocar el tema. He tratado muchas veces este asunto en diversos artículos. Aquí digo lo esencial: aparte de un marco formal, que debe existir y que no niego, he hecho mía desde hace décadas la definición de democracia que dieron los obispos chilenos en 1969, al concebirla como "la participación amplia del pueblo en las tareas y los bienes de la nación". Me gusta esta definición por muchas razones. No es formal, desde luego, aunque formalidades se deban emplear, necesariamente, a la hora de llevarla a la práctica, como ya lo dije. No es unilateral, además, puesto que el ciudadano no sólo tiene derechos (participación amplia en los bienes...), sino que también tiene "tareas", o sea, deberes que cumplir. La democracia no es algo que le llega de algún lado ajeno a él, sino que es su obra. Sin excluir la representación, que se debe implementar en el capítulo de la "tareas", enfatiza lo sustantivo, la "participación"; y no cualquiera, sino una que sea "amplia". Al referirse a los "bienes" a secas, los abarca a todos, materiales e inmateriales (espirituales, culturales...). Por último, pero sin agotar el punto, la democracia se presenta aquí como un ideal a alcanzar, como una idea-fuerza a la que siempre hay que tender. En suma, se la ve como lo que es: como una tarea infinita.
Esta visión, aplicada a Chile, permite considerar muchos hechos históricos bajo una nueva luz. Así, puede legítimamente afirmarse que la democracia chilena comenzó a reconstruirse el mismo 11 de septiembre de 1973 con el sacrificio personal de Salvador Allende, que no renunció en ese instante supremo de su vida a su ideal democrático y murió por él; continuó con el primer recurso de amparo presentado por teléfono por Bernardo Leighton en favor de Clodomiro Almeyda y otros colegas suyos en el Gabinete (Carlos Briones, entre otros); se fue dibujando en la magna batalla sostenida por Jaime Castillo Velasco y varios otros abogados en defensa de los perseguidos y de los derechos humanos violados; siguió con cada paso que se fue dando, dentro de Chile y en el extranjero, para salir de Pinochet; que alcanzó, por etapas, cuando emergieron las ONGs, estadios de participación que con el tiempo fueron creciendo; que alcanzó una primera culminación en el plebiscito del NO y una segunda el 11 de marzo de 1990 con la salida de Pinochet de la jefatura del gobierno.
La idea democrática avanzó triunfante, como se ve. Pero no se detuvo allí. Quedaba mucho por hacer, queda mucho por hacer, quedará siempre mucho por hacer. Pero lo alcanzado ya en la última fecha citada no fue menor. Dejo hasta aquí estas consideraciones. Habrá que hacer después precisiones históricas muy importantes, porque esa parte constituye, a mi juicio, la mayor debilidad del trabajo de Felipe Portales.