jueves, julio 28, 2005

"INFORME ESPECIAL" DE TVN
Anoche vi este programa de Televisión Nacional y su reportaje recordando la tragedia acontecida hace un año en la Embajada de Chile en Costa Rica, en que murieron cuatro personas, tres chilenos (dos diplomaticos de carrera y una funcionaria enviada desde Chile a organizar actos en memoria de Neruda) y un guardia costarricense que los asesinó y después se suicidó. Me quedaron dando vueltas muchas cosas. Desde luego, las declaraciones de Guillermo Yunge, amigo a quien aprecio y conozco muy bien, dejaron para el debate algunos puntos importantes. Después, el triste y amargado padre de una de las víctimas descargando afirmaciones a granel, sin ofrecer prueba alguna, transitó, creo, un peligroso camino. Se mostraron también imágenes tomadas cuando se pudo entrar a la embajada y se encontró el doloroso espectáculo de los cuatro cadáveres y manchas de sangre en diversos lugares. Confieso que todo el conjunto me golpeó fuertemente y quiero hacer algunos comentarios.
Comencemos por Yunge. Creo que merece todo el respeto del mundo. Tanto por sus declaraciones, como por los hechos conocidos, está claro que también es una víctima. Lo sucedido supera cualquier previsión. Estuve con él en Chile después de la tragedia. Se le notaba afectado y no lo ocultaba. No era para menos. Querer cargarle a él responsabilidades por lo sucedido, constituye un ejercicio macabro e inútil. Los muertos no van a resucitar y la amargura por ello no va a desaparecer por esta vía.
Se dicen muchas cosas incoherentes en este asunto. Por ejemplo, se le reprocha a Yunge que no haya viajado a Chile con los difuntos para acompañarlos en sus funerales. Se ignora a la Cancillería, que le dio instrucciones expresas de quedarse en Costa Rica, y a las circunstancias que justificaron la medida (un triple crimen y un suicidio en la embajada que estaba a cargo precisamente del embajador Guillermo Yunge). Era imposible imaginar otro escenario y otras instrucciones, por ejemplo, autorizando al embajador para viajar a Chile, mientras en su embajada se investigaban los sucesos. Las autoridades costarricenses tal vez no lo hubiesen entendido. La Cancillería actuó bien y el embajador también.
Se deslizan, en medio de las emociones, viejas opiniones que nada tienen que ver con lo sucedido, como afirmar que un embajador de carrera habría actuado mejor. Aquí emerge un debate que sólo muestra posturas fuera de lugar. En algún momento me referiré más detenidamente a este asunto. Aquí sólo quiero decir que la pura mención del tema, en relación a los acontecimientos concretos comentados, luce sospechosa, pues aparece como aprovechamiento obsesivo de cualquier situación para plantear una posición corporativa. Es demasiado. El tema hay que discutirlo de otra manera. Nunca en este contexto.
Debo hacer una referencia al padre de una de las víctimas. Imposible no conmoverse con su dolor y sus lágrimas. Sé lo que es perder un hijo, porque perdí una hija de 36 años por los mismos días en que él perdía el suyo. Pero llegar a las afirmaciones que él hizo, pone en evidencia síntomas claros de una mente muy alterada. Acusa a la esposa de Yunge de practicar ¡"magia negra"! Perdón, pero eso derrumba cualquier reproche, por justificado que pudiera ser.
Se deslizaron también varias insinuaciones insidiosas en el reportaje respecto a la conducta privada y hasta profesional de las víctimas. Es de esperar que no se continúe por ese camino, que sólo puede traer más dolor a los deudos. Los muertos, repito, no van a resucitar. Más aún: debiera ser consolador pensar que ellos ya no están sufriendo. Somos los que quedamos vivos en este mundo los que siempre seguimos llorando. Eso es muy respetable y comprensible por los apegos que llevamos con nosotros. Pero, si los deudos creemos de verdad que hay un nuevo despertar a la vida eterna después de la muerte, deberíamos pensar entonces que los fallecidos están mejor que nosotros, pues ya deben estar en una dimensión donde sólo pueden actuar las manos de Dios.