miércoles, julio 20, 2005

ALGUNAS REFLEXIONES RECORDANDO A MARCELA
Al cumplirse el segundo año de su muerte trágica en Venezuela el 20 de julio del 2003, son muchas las cosas que quisiera transmitir a tantos y tantos amigos que nos han acompañado durante este tiempo pasado. Marcela, nuestra segunda hija, presintió con anticipación que moriría joven, pero no imaginó la forma y la fecha. Me lo dijo unos meses antes, con una paz interior que me hizo pensar en ese instante que lo decía como metáfora o, quizá para enfatizar una idea, y, en todo caso, sin una convicción aparente. Hoy pienso que lo decía en serio. Por lo demás, lo anunciado sucedió y eso es lo que importa.
Esta vez quisiera compartir algo de lo que hemos aprendido, más allá del dolor de la separación, definitiva en esta tierra, que es imposible de describir.
El tema de los temas, que se nos hizo presente en forma definitiva, fue el de la muerte y el morir. Desde entonces no hemos dejado de hablar de él y de admirarnos de lo mal preparados que estamos en el ámbito de nuestra cultura para enfrentarlo. Esta experiencia con nuestra hija, unida, en un análisis mayor, a la muerte de otros seres queridos, como mi hermano Gustavo el 4 de marzo de 2003, nos puso frente a circunstancias de las que nadie se escapa, pero que, sin embargo, en la práctica, terminamos siempre manejando casi como si no existieran. Nos paraliza una especie de miedo a mirar de frente y sin ocultamientos el hecho de la muerte. Y cuando sucede quisiéramos negarlo.
Creo que nunca habíamos reparado en esto con la claridad con que se nos presentó ahora. Yo me encontraba en Panamá cuando recibí la noticia del accidente fatal. Quien me dio la noticia por teléfono no quería comunicármela por esa vía y me pedía ir a encontrarme con él para hacerlo acompañado de otras personas. Tal vez temía un colapso mío por infarto, o algo semejante. Ante mi insistencia enérgica, finalmente me soltó la noticia. Es cierto que el impacto fue enorme, pero en ningún momento me flaquearon las fuerzas. La conmoción física fue mínima al lado de la espiritual. Nina María, a su vez, estaba en Alemania visitando hijos y nietos. La noticia la recibió más brutalmente, quizá, pero con enorme entereza. Tuvo la increíble fortaleza de sentarse unas horas después ante un computador y redactar una carta a sus hijos y a mí con sus primeras reflexiones, llenas de amor y sabiduría. Como núcleo familiar estábamos dispersos al producirse la muerte de Marcela. Además de su padre en Panamá y su madre en Alemania, dos de sus hermanos estaban en Chile, otros dos en Venezuela (¡y tampoco en Caracas, sino en Mérida e Isla Coche! ) y tres vivían en Alemania. Como consecuencia de esto, los leales y excelentes funcionarios y amigos que trabajaban en el SELA conmigo tomaron en sus manos todo lo que hubo que hacer en las primeras horas de aquel domingo. Yo pude llegar recién 24 horas después a Caracas, debido a la falta de vuelos más convenientes. Amigos personales muy queridos, que también intervinieron generosamente en el tema, sugirieron enfáticamente que yo no debía ver directamente a Marcela muerta, que era preferible que conservara el recuerdo de ella viva, etc. Así, sólo ví su urna instalada y velada en una capilla ardiente donde ya se había reunido mucha gente cuando por fin pude llegar hasta ahí. No opuse resistencia a dicha idea, porque, como íbamos a trasladar a Marcela a Alemania, para cremarla allá de acuerdo a su voluntad expresa (¡habló de ello varias veces en sus últimas semanas de vida!), y sepultarla en Heidelberg muy cerca de sus tres hijos, supe desde el comienzo que la iba a poder ver e iba a despedirme de ella de un modo más vital y directo, como quería hacerlo y como sucedió por suerte. Pero, a pesar de ello, en Alemania todo fue también tan aséptico como en Venezuela (o como hemos experimentado el tema en Chile), de modo que, salvo verla y después despedirla en una hermosa ceremonia que hicimos, todo transcurrió fuera de nuestros ojos. Una empresa se encargó de todo.
Pero, a pesar de lo narrado, la muerte de Marcela terminó siendo un encuentro espectacular con ella, con lecciones que nos dejó y con gestos suyos que adquirieron nuevas dimensiones. De hecho, desde entonces cada día la hemos sentido más cerca que el día anterior, inclusive a través de manifestaciones misteriosas que nosotros interpretamos como su nueva forma de hacerse presente, desde una dimensión ignota, pero real y llena de vida plena, infinitamente más completa que la nuestra.
Una señal increíble ha sido el arcoiris. Desde que un buen amigo mexicano, Alberto Ruz, nos regaló un libro suyo titulado "Los guerreros del arcoiris", este bello fenómeno de la naturaleza se nos hizo presente de un modo especial. Al propio autor del libro, que le sigue la pista al uso simbólico del arcoiris en la historia humana, le conté que en Chile había sido el símbolo de la oposición democrática a Pinochet y que había sido utilizado en el famoso plebiscito del 5 de Octubre de 1988 en que triunfó el NO. Tomó nota de ello, pues no lo sabía. Marcela, por su parte, utilizaba la imagen en sus conversaciones. Muerta ella tuvimos la emocionante experiencia de ver numerosos arcoiris, en diversas circunstancias y con una frecuencia inusual. Escuchando tiempo después una grabación con palabras suyas dichas no más de dos horas antes de morir apareció un pasaje donde ella le decía a alguién que si quería firmemente ser arcoiris ¡se convertiría en uno de ellos! ¿Lo quería también ella? Es muy probable. Podrá ser todo esto muy subjetivo o iluso, pero no fue una experiencia individual, sino comunitaria, que abarcó a muchos miembros de nuestra familia más cercana.
Siguiendo con algunos recuerdos, como lo relaté en la despedida a nuestra hija en Alemania, ella estaba dedicada en el último tiempo a estudiar y a difundir una idea central que veía como clave para llegar a tener más paz y armonía en un mundo que se le aparecía, ¡con cuánta razón!, como atravesado por la violencia y el desorden. La idea se refería al calendario que nos rige y era de gran simplicidad y lógica. En efecto, es muy difícil, por no decir imposible, explicar lo que tenemos: meses de 28, 29, 30 y 31 días configuran años sin armonía alguna con hechos naturales del universo. Para un creyente de cualquier credo ese desorden debiera aparacérsele como contradiciendo la armonía de la creación divina. Inspirándose en una idea que tuvieron los mayas, de tomar los ciclos de 28 días de la luna (los mismos del ciclo menstrual de la mujer, entre otras cosas), Marcela se integró a un movimiento que trabajaba (y lo sigue haciendo) por el cambio del calendario. Estudió intensamente el tema y comenzó a dar charlas sobre esto. Estaba en esto cuando murió. Por mi parte, no he estudiado a fondo esta materia, pero señalo su plena legitimidad y necesidad. La paz hay que buscarla por todos los medios pacíficos habidos y por haber. Un calendario más armónico puede hacer una contribución importante a la paz del mundo. No será lo único que vaya a instalarla en el mundo, pero su aporte podría ser considerable si lo acompañamos con una adaptación más natural a los hechos que configuran nuestro entorno vital. Sería más fácil el respeto a la naturaleza. ¡Y muchas cosas más!
En definitiva, quiero esta vez quedarme con su paz interior, que ella irradiaba, y con su esperanza en un futuro mejor, por el que estaba trabajando. También con la armonía que buscaba en ella misma y en la sociedad entera. Con su vitalidad, entereza y alegría de vivir que se manifestaron a pesar de las muchas dificultades que debió atravesar en algunos momentos de su vida. Finalmente, quiero quedarme, igualmente, con su infinito amor a la creación entera, de la que se sentía co-responsable. Quería contribuir a dejarle un mundo más humanos a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Pensaba en las generaciones venideras y en su futuro.
Respecto a la muerte misma y al morir, la partida de Marcela nos ha motivado a leer y a aprender algunas cosas al respecto. La muerte accidental es la más difícil de aceptar, porque, a primera vista, no tiene explicación. La que se produce, en cambio, por extinción natural, a través de una enfermedad producto de una edad avanzada, es la más aceptada. La primera, si es instantánea, no plantea problemas respecto al proceso del morir, que es inherente a la mayor parte de las muertes por enfermedades prolongadas. Por las experiencias que hemos tenido en la vida, incluyendo la partida de nuestra Marcelita, hoy nos damos cuenta de que casi todos recibimos la muerte como una desgracia y que no estamos preparados para ningún tipo de fallecimiento. En nuestras conversaciones hemos pensado que esto se debe, en último análisis, a nuestros apegos, al acto de aferrarnos a los que se nos van. No es un problema de ellos, sino de nosotros, los que quedamos con vida hasta que nos llegue el turno. En efecto, el fallecido ha concluído su ciclo vital y todos los problemas terrenales se han acabado para él. Después de muchas reflexiones y comunicaciones pensamos que, aún para el no creyente, la muerte debiera verse como el fin natural de un ciclo y, sobre todo, como una culminación necesitada de un balance, donde muchas cosas dolorosas de la vida llegan a su fin y donde las alegrías compartidas quedan como un legado para los que vivirán todavía un tiempo más. Y el creyente debiera, a su vez, ser consecuente con lo que dice creer: debería ver la muerte con mejores ojos, superando sus apegos que muchas veces lo hacen comportarse como si sólo creyese en la vida terrenal y nada más.
No sé. Leo lo escrito y creo que no he logrado poner todo lo sentido en estos dos años. Como soy hijo de esta cultura que sometemos con frecuencia a crítica, pienso en Marcela y me duele su ausencia. Son mis apegos los que me hacen sentir así. Pero a dos años de su muerte, pienso que ella nos ha enseñado y hecho saber que está muy bien y que nos está acompañando hoy y nos acompañará siempre. Así sea.

1 Comments:

At 1:16 p. m., Anonymous Anónimo said...

Don Otto... sino hasta hoy me entero del fallecimiento de su hija Marcela... a quien por tanto tiempo he buscado, y cuando por fin encuentro señales de ella, solo encuentro su estela.

Tuve el gusto de conocer a su hija en el año 1985, fuimos compañeras de curso y de banco escolar... estudiabamos y haciamos tareas juntas, compartimos varios cumpleaños aca en Chile, hasta que por esas cosas de la vida nos perdimos el rastro.

Lamento su trágica partida, pero como usted lo ha dicho, ella ha dejado su legado y seguirá presente en los corazones de quienes la conocieron y quisieron.

Les envío mi cariño y deseo que con el tiempo, su recuerdo se transforme sólo en momentos felices para cada uno de ustedes.

Johanna Barria
Tiggritta@vtr.net

Vina del Mar, Chile.

 

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