lunes, julio 21, 2008

RECORDANDO A MARCELA CINCO AÑOS DESPUÉS DE SU MUERTE (I)

El 20 de Julio se cumplieron cinco años de la muerte de Marcela, la segunda hija de un total de ocho, que tuvimos Nina María, mi esposa, y yo. Familiares y amigos muy cercanos nos reunimos en Limache, donde vive Sebastián ("el quinto de la fila", como él mismo se ha autodenominado más de una vez), y realizamos una sencilla ceremonia de recuerdo. En este blog, en entradas sucesivas, reproduciré lo que dijeron quienes pudieron escribir su testimonio. Ahora va el testimonio que abrió el encuentro, a saber, el de Nina María:

Nos hemos reunidos hoy para recordar otro domingo 20 de julio del año 2003, hace ya 5 años, en que muy cercana a esta hora, Marcela nos sorprendería con su inesperada y brutal partida.

La muerte y los muertos, como aprendimos a percibirlos, no son tema de conversación social y a veces ni siquiera familiar. Es un tema confinado a las misas fúnebres y a los cementerios. La muerte de un ser, una persona que ha tenido una identidad, un nombre, un lugar en una familia, en un colegio, en un trabajo, en una comunidad, en un país, en fin, que ha tenido una vida y que en un instante lo deja todo, es algo que sobrecoge, que apabulla, que golpea. Nos cae en la cara como una cachetada que nos recuerda lo que desde pequeños aprendimos a ignorar. Cuando muere alguien cercano y querido, nos damos cuenta que la muerte no es algo que les sucede a otros. Está con nosotros.

La muerte de Marcela fue para mi eso. Fue como tropezarme con algo que me rondaba, que no veía pero percibía y que de pronto se me viene encima y me vomita lo que trae dentro, que no son mas que los fundamentos de mis miedos, todo lo que no quería ver ni aceptar. A pesar de que tuve una aceptación casi instantánea de lo que acababa de suceder y una percepción total de la irreversibilidad del hecho, el comprender e internalizar toda la situación se fue dando lentamente en el transcurso de estos años.

En mis años de existencia he sufrido la pérdida de varios seres muy queridos y cada una ha sido una experiencia diferente en dolor y extrañamiento y de las que me han quedado distintos aprendizajes. Sin embargo, la muerte de un hijo o hija, era algo que rechazaba pensar. Era mi más profundo miedo. La intensidad del dolor que anida en mi corazón desde que Marcela se fue, sigue siendo la misma.

La intensidad del extrañamiento sin embargo ha bajado. Creo que esto se debe a que el foco de mi trabajo de aprendizaje lo he puesto en el intento de comprender el sentido del desapego. siento que es algo que le debo a Marcela y a mi misma. Ella fue nuestra maestra del desapego y lo practicó y me instó hasta pocas semanas antes de partir, cada día de esos pocos que pasé con ella, a hacerlo: “Mami, suelta todo lo que te impide crecer y dedícate sólo a lo que tú quieras.”

Me ha costado mucho desentrañar lo que realmente quiero, porque había construido mi vida en torno a lo que pensaba que debía querer, desear o hacer para mi y para mi entorno familiar más cercano, pero estoy en el camino. no soy alumna muy aventajada en esta materia.

La otra tarea importante que nos legó Marcela, fue aprender a vivir en el eterno aquí y ahora, que a mi me parecía que a ella le resultaba tan fácil. Vivir el instante eterno, el ahora mismo continuo y ser plena, total y completamente conciente de él, es el quehacer esencial para reconocer “la presencia actual del Espíritu, la resplandeciente sonrisa de Dios”, como escribe Ken Wilber. Es el momento de la creación permanentemente creada, recreada y renovada en cada ser viviente, hogar del Creador, y desde donde él se manifiesta.

Intentar eso, ha sido para mi más difícil que el desapego. Acallar el ruido de la mente y los pensamientos ha sido para mi como montar uno de esos toros mecánicos que te tiran una y otra vez de la montura. Pero sé que si soy porfiada, lo conseguiré.

Estos cinco años, los he dedicado principalmente a tratar de descubrir lo que significa que “el Reino de Dios está dentro de nosotros”, que el Creador y lo creado son una unidad indisoluble, que la esencia de Dios atraviesa toda la existencia, toda la materia, todos los universos. Ha sido una búsqueda difícil, porque cada vez que he pensado que estoy cerca, me encuentro de nuevo en el punto de partida.

Con Tito tenemos una práctica que tratamos de interrumpir lo menos posible. Mientras desayunamos, comentamos los temas que estamos trabajando y leemos a veces algunos párrafos. En los últimos meses hemos estado enfocados principalmente en la obra de Ken Wilber. Revisando y releyendo encontré cuatro preguntas que parece que me volvieron a mi centro:

“¿Dónde ubicamos al Espíritu? ¿Qué es realmente lo que nos permitimos reconocer como sagrado? ¿Dónde, exactamente, se halla el fundamento del ser? ¿Dónde está lo esencialmente divino?”

La respuesta, también de Wilber:

“En ningún lugar existe nada sino Dios, nada sino la Diosa, nada sino el Espíritu y ni el más pequeño grano de arena ni la más minúscula mota de polvo contienen mas o menos espíritu que cualquier otra cosa. Y no hay lugar alguno que carezca de Espíritu, como tampoco existe ningún lugar que esté más impregnado de espíritu que otro.”

Estos últimos días me ha parecido que la comprensión de lo que mi mente ya ha entendido, empieza a adentrarse en mi alma, en una penetración suave, dulce y discreta que se va asentando. Y la sensación de separación, de falta de unidad empieza a perder su aspecto de pesadilla. Sólo espero llegar a comprender que la realidad absoluta y el mundo relativo son “no dual”, no dos cosas separadas, del mismo modo que un espejo y sus reflejos no están separados o que el océano es uno con las olas que lo componen. Es en este sentido también que comprendo lo que Macarena dice cuando habla de volver al hogar. Ese hogar desde el que nunca hemos salido que ha estado en nosotros antes de nacer y seguirá ahí después de morir.

Marcela, tú ya recorriste el camino de regreso, como también papá, mamá, tíos, abuelos, tíos abuelos, bisabuelos y todos los que nos antecedieron. Y a todos los peregrinos que viajan por el camino de regreso les deseo un feliz y venturoso viaje.

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