lunes, julio 21, 2008

RECORDANDO A MARCELA CINCO AÑOS DESPUÉS DE SU MUERTE (III)

Después leí mi propio testimonio:
Hace cinco años sucedió lo inesperado. Marcela, llena de energía y entusiasmo en lo que estaba haciendo, encontró la muerte en un accidente que la mató instantáneamente. Para nuestra familia este hecho marcó una línea divisoria entre un antes y un después. A partir de entonces, todos en la familia y muchos buenos amigos que nos acompañaron y que lo siguen haciendo hasta ahora, hemos profundizado en el significado de la vida y de la muerte como no lo habíamos hecho hasta entonces. Todos hemos reflexionado mucho al respecto y cada uno ha sacado, con seguridad, sus propias conclusiones. Para mí, que sufrí su pérdida en circunstancias muy particulares, pues ella vivía conmigo en Caracas, junto a Estefanía, su partida produjo un vacío físico muy grande. La eché y la sigo echando de menos. Sin embargo, desde que supe de su muerte experimenté también un hecho paradojal: sentí, en el marco de su ausencia, una fuerte presencia suya, que la comencé a experimentar de muchas maneras. Primero fue el dolor intenso y unánime de toda la familia y de los amigos más cercanos. Pero después fue también el dolor de los amigos de Marcela. Se produjo así una clara presencia suya, a pesar de su ausencia física. En este contexto tan directo maduró en nosotros la idea de la relatividad de la muerte, o, mejor dicho, la idea de que el fin de la vida física no era el fin de la vida de cada uno. En efecto, algo permanente de la persona de Marcela quedó flotando entre nosotros a partir de entonces. No fue sólo la señal del arcoiris, lo que nos llevó a no sentirla ausente de nuestras vidas. Fue el crecimiento del sentido familiar y del amor entre nosotros lo que más creció. Creo que esto subraya la existencia de una verdadera inmortalidad. Marcela, físicamente ausente, está entre nosotros en este mismo momento. Y eso nos devuelve la alegría y el aliento para vivir, mientras podamos, fortaleciéndonos en el amor.

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