domingo, mayo 18, 2008

KEN WILBER (IV) Y LO QUE COMENZÓ CON DESCARTES

En la entrada anterior sobre Wilber aludí a René Descartes. Hoy mencionaré al aspecto que es considerado más fundamental en este famoso filósofo. Nacido el 31 de marzo de 1596, Descartes publicó su "Discurso del método" en 1637. Es su obra más conocida. En ese escrito, que no supera las 60 páginas y que lleva por subtítulo "Para dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias", plasmó, en menos de una carilla, el texto más importante del siglo XVII y uno de los más gravitantes en la historia del pensamiento. En cuatro normas sentó las bases del racionalismo y de la ciencia moderna. Merece leerse en sus propias palabras. Dice Descartes: "...en lugar del gran número de preceptos que forman la lógica, creí que tenía bastante con los cuatro siguientes, a condición de que tomase una resolución firme y constante de no dejar de observarlos ni una sola vez:
  • El primero era no admitir jamás como verdadera ninguna cosa que no conociera evidentemente ser tal; es decir: evitar cuidadosamente la precipitación o la prevención y no comprender en mis juicios sino lo que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que yo no tuviera ninguna ocasión de ponerlo en duda.
  • El segundo, dividir cada una de las dificultades que encontrase en tantas partes como pudiera y fuere necesario para resolverlas mejor.
  • El tercero, dirigir ordenadamente mis pensamientos comenzando por los objetos más sencillos y más fáciles de conocer para subir poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de lo más complejo, y suponiendo asimismo un orden entre los que se procedieran naturalmente unos de otros.
  • Y el último, en hacer en todo enumeración tan completa, y tan generales revisiones, que estuviese seguro de no omitir nada."
Esto fue lo principal en el escrito de Descartes. Con el paso del tiempo estos cuatro principios se convirtieron en las ideas más influyentes del pensamiento humano contemporáneo. Quizá sin tener plena conciencia de ello, abrieron definitivamente la compuerta del racionalismo, que, en gran medida, impera hasta hoy. Quizá también nosotros no comprendamos este impacto, puesto que su contenido lo practicamos a cada rato como si fuera lo más normal hacerlo así. Pero ello se debe a que heredamos esta manera de pensar, incorporándola a nuestro ADN mental, por decirlo de alguna manera. Este método no existía antes de Decartes, sino, tal vez, en la mente de muy pocos pensadores (quizá en Galileo, Copérnico, Santo Tomás de Aquino, San Agustín, Aristóteles, Platón, Sócrates y unos cuantos filósofos más), que lo practicaron en muchos de sus escritos, tal vez sin tener incluso clara conciencia de ello. Descartes, en cambio, capta con su mente esta forma de pensar y de trabajar en la búsqueda de verdades científicas y es capaz, con extraordinario poder de síntesis, de resumirla en las cuatro normas citadas. Ese fue su aporte, ni más, ni menos. Tuvo vastas consecuencias, positivas y negativas, en el futuro de la humanidad. Reconociendo explícitamente sus muchos logros, Ken Wilber, se queja precisamente de uno de los efectos negativos que ha traído la aplicación rigurosa de este método, cuando dice que su enfoque integral (el de Wilber) "es un intento de salir de las perspectivas fragmentadas y parciales tan comunes hoy en día". Si miramos ahora el segundo principio cartesiano que habla de "dividir cada una de las dificultades que encontrase en tantas partes como pudiera y fuere necesario para resolverlas mejor", nos tropezamos con el aspecto que inauguró, más sistemáticamente que hasta entonces, un proceso de fragmentación de todas las cosas, que hoy nos tienen en un callejón que pareciera no tener salida. Volveremos a Wilber próximamente.

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