domingo, mayo 20, 2007

Relectura de ideas siempre jóvenes

He repasado un documento sumamente interesante, escrito por el Papa Pío XII, que él leyó, como Mensaje de Navidad, en 1944. Era la sexta Navidad en guerra que él pasaba como Papa y en la que hablaba al mundo entero para esta ocasión. Esta vez, ante la evidencia de que el totalitarismo nazi de Hitler y el totalitarismo fascista de Mussolini se venían abajo, en gran estilo, con mucha profundidad, reconcilió a la Iglesia Católica con la democracia. Hay que decir que este no fue un paso fácil, pues la institución eclesiástica había tenido una trayectoria conflictiva con la idea democrática, debido al origen laicista y anticlerical en que había nacido durante la revolución francesa. Pero, finalmente, Pío XII dio el paso y lo hizo muy bien. Su discurso merece leerse hoy, pues contiene conceptos de extraordinaria vigencia. Pío XII parte diciendo: "Aleccionados (los pueblos) por una amarga experiencia, se oponen con mayor energía al monopolio de un poder dictatorial incontrolable e intangible y exigen un sistema de gobierno más compatible con la dignidad y la libertad de los ciudadanos." A partir de esta premisa, el Papa quiere, como él dice, "examinar las normas según las cuales deberá ser regulada, de forma que pueda llamarse verdadera y sana democracia, adaptada a las circunstancias del momento presente". El primer principio que formula se refiere al valor de la persona humana. El hombre "como tal", dice, "lejos de ser el objeto y un elemento puramente pasivo de la vida social, es, por el contrario, y debe ser y permanecer, su sujeto, su fundamento y su fin." El Papa admite a continuación que la aplicación de la idea democrática puede darse en el marco de monarquías y repúblicas. Pasa después a dibujar el perfil que los ciudadanos deben tener en una democracia sana. Este es, a mi juicio, el aspecto más interesante y, a la vez, olvidado, de este Mensaje.
¿De qué se trata? Pío XII hace una distinción en el comportamiento de los ciudadanos. Éstos pueden actuar como "masa" o como "pueblo". Su conclusión es que una democracia sana necesita un comportamiento ciudadano como pueblo y no como masa. Por su riqueza, aquí resulta necesario reproducir la cita entera. Dice el Papa, en
efecto:

"16. Pueblo y multitud amorfa, o, como suele decirse, «masa», son dos conceptos diferentes. El pueblo vive y se mueve por su vida propia; la masa es de por sí inerte y sólo puede ser movida desde fuera. El pueblo vive de la plenitud de vida de los hombres que lo componen, cada uno de los cuales -en su propio puesto y según su manera propia- es una persona consciente de su propia responsabilidad y de sus propias convicciones. La masa, por el contrario, espera el impulso del exterior, fácil juguete en manos de cualquiera que explote sus instintos o sus impresiones, presta a seguir sucesivamente hoy esta bandera, mañana otra distinta. De la exuberancia de vida propia de un verdadero pueblo se difunde la vida, abundante, rica, por el Estado y por todos los organismos de éste, infundiéndoles, con un vigor renovado sin cesar, la conciencia de su propia responsabilidad, el sentido verdadero del bien común. El Estado, por el contrario, puede servirse también de la fuerza elemental de la masa, manejada y aprovechada con habilidad: en las manos ambiciosas de uno solo o de muchos, reagrupados artificialmente por tendencias egoístas, el Estado mismo puede, con el apoyo de la masa, reducida a simple máquina, imponer su capricho a la parte mejor del verdadero pueblo; el interés común queda así gravemente lesionado por largo tiempo, y la herida es con frecuencia muy difícil de curar."

"17. De esta distinción se deduce otra clara consecuencia: la masa -tal como Nos ahora la hemos definido- es la enemiga capital de la verdadera democracia y de su ideal de libertad y de igualdad."

"18. En un pueblo digno de este nombre, el ciudadano siente en sí mismo la conciencia de su personalidad, de sus deberes y de sus derechos, de su propia libertad unida al respeto de la libertad y de la dignidad de los demás. En un pueblo digno de este nombre, todas las desigualdades, derivadas no del capricho, sino de la naturaleza misma de las cosas, desigualdades de cultura, de riquezas, de posición social -sin perjuicio, naturalmente, de la justicia y de la mutua caridad-, no son, en realidad, obstáculo alguno para que exista y predomine un auténtico espíritu de comunidad y de fraternidad. Más aún, esas desigualdades naturales, lejos de menoscabar en modo alguno la igualdad civil, confieren a ésta su legítimo significado, esto es, que, frente al Estado, cada ciudadano tiene el derecho de vivir honradamente su propia vida personal en el puesto y en las condiciones en que los designios y las disposiciones de la Providencia le han colocado."

¿Suena conocido o familiar en la realidad chilena? Me temo que sí. Es un tema digno de meditarse...

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